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El primer día de clases

A Jimena no le molesta regresar a clases. Al contrario, le emociona comenzar un nuevo curso y reencontrarse con sus amigas y sus amigos para platicar sobre lo que cada uno hizo durante las vacaciones. Lo mejor de todo es que ella y sus compañeros ya no son los más pequeños de la primaria, pues ahora están en segundo grado. La escuela ha dejado de parecerle un lugar extraño y enorme como el año anterior. Ahora lo ve como un sitio conocido y agradable en el que no sólo aprende cosas nuevas, sino también se divierte mucho.

Pero, aunque Jimena está contenta de volver a clases, lamenta un poco que las vacaciones se hayan terminado tan pronto, sobre todo porque durante ese tiempo acompañó a su mamá al trabajo, lo cual le encanta. Su madre es ingeniera en informática y le está enseñando a programar. Algunos días fue también al trabajo de su papá, que es médico, pero allí no se la pasa tan bien porque la medicina no le interesa para nada. Jimena está segura de que seguirá los pasos de su mamá y un día se convertirá también en una gran ingeniera informática.

Ese primer día de clases, el papá de Jimena la dejó muy temprano en la escuela. Por eso ella estuvo mucho rato en el patio esperando a sus amigas, quienes tardaban en llegar. Esto hacía que se sintiera ansiosa. Quería verlas, pues las había extrañado.

A las nueve en punto, todos se formarían alrededor del asta bandera para cantar el Himno Nacional y escuchar las palabras de bienvenida de la directora. Poco a poco el patio fue llenándose con los alumnos de otros grados, quienes se reunían en grupitos para platicar y bromear. Entre ellos vio a uno muy pequeño que lucía temeroso. Lo había traído una anciana, seguramente su abuela, y llegó junto con una niña un poco mayor que lo dejó solo para irse a platicar con varios niños y niñas de su edad.

El chico se quedó en el patio con la mochila puesta y mirando a todos lados sin saber qué hacer o adónde dirigirse. Jimena se sintió identificada con el pequeño. Se vio a sí misma un año antes. También ella había llegado a la primaria sin conocer a nadie. Recordó lo que se sentía estar en un lugar extraño y no saber quién es su maestra ni dónde se encuentra su salón. Seguramente aquel niño se sentía igual. Por eso decidió acercarse y hablar con él: “Hola. Me llamo Jimena, ¿y tú?”. El chico respondió con voz muy bajita. Dijo llamarse Santiago.

Ella le preguntó cosas sobre su vida para animarlo. Él le contó que casi todos le decían Santi y que la niña con la que había llegado era su hermana, María Fernanda, la cual iba en cuarto año. También le habló de sus papás, de aquello que le gustaba y muchas cosas más. Jimena notó que, conforme conversaban, el niño parecía menos asustado. De hecho, ahora lucía contento.

Cuando finalmente llamaron a formación, ambos se despidieron. Jimena le dijo que, si él quería, podían reunirse durante el recreo y seguir platicando. Santiago, estuvo de acuerdo y, antes de alejarse, sacó una paleta de caramelo del bolsillo y se la regaló.

¿Y tú qué piensas...?

•¿Recuerdas cómo te sentiste en tu primer día de clases?

•¿Qué crees que motivó a Jimena a acercarse a Santiago?

•¿Por qué crees que Santiago dejó de estar asustado?

•¿Harías lo mismo que hizo Jimena por una niña o un niño más pequeño?

Manos que hablan

Miguel es sordo. Esta característica nunca le ha impedido ser feliz. Tampoco es una limitación para él. Gracias a su papá y a sus dos hermanos mayores, quienes lo apoyan y le dan ánimos todo el tiempo, se ha desarrollado como cualquier otro niño.

Algunas personas lo llaman “sordomudo”. Esto es un error: Miguel puede hablar, pero le cuesta trabajo hacerlo porque, al no poder escuchar, se le dificulta expresarse oralmente. Es por eso que prefiere usar el “lenguaje de signos”, el cual aprendió desde muy pequeño en una escuela especial. Se trata de una forma de comunicación que usa el movimiento de las manos. En realidad, todos en su familia conocen este lenguaje; lo estudiaron para poder comunicarse con Miguel. Así, cuando los cuatro se reúnen por las tardes, acostumbran platicar, discutir, hacer planes y hasta contar chistes sin necesidad de hablar.

Pero esto no es todo, Miguel también es capaz de leer los labios. Cuando alguien le dirige la palabra, él sabe exactamente qué le están diciendo, aunque no pueda oír. Le basta observar la manera en la cual la otra persona mueve la boca para entenderla. Esta habilidad deja muy impresionada a la gente.Miguel sigue asistiendo dos veces por semana a la escuela donde aprendió el lenguaje de signos. Sin embargo, lo acaban de inscribir también a una primaria pública donde ha conocido a otros niños y niñas.

A Miguel le costó un poco de trabajo acostumbrarse a esta nueva escuela. Sus compañeros lo veían al principio como a un bicho raro. Les parecía extraño que no oyera. Algunos creían que estaba fingiendo y, para probarlo, se paraban detrás de él para lanzar gritos o decirle cosas feas. La maestra les llamaba la atención y algunos dejaron de hacerlo, pero otros no. Por eso, él prefería alejarse de los demás y dedicarse durante el recreo a su pasatiempo favorito: dibujar. Su papá es mecánico y a Miguel lo que más le gusta son los coches. En su cuaderno dibuja automóviles de carreras, pero también aviones supersónicos y tanques de guerra.

Pero no todos los compañeros de Miguel lo molestaban. Había algunos que querían ser sus amigos, pero no sabían cómo acercarse a él. Entre ellos estaba Valentina, quien iba en sexto, y sus amigos María Fernanda, de cuarto, y Sebastián, de tercero.

Entonces a Valentina se le ocurrió una idea. Durante algunas tardes, los tres se reunieron en la casa de la abuelita de Valentina para buscar tutoriales en YouTube, pues querían conocer el lenguaje de signos. Muy pronto se dieron cuenta de que no era fácil aprenderlo, pero tras mucho practicar, lograron decir algunas cosas sencillas con el movimiento de las manos.

Un jueves a media mañana, Valentina, María Fernanda y Sebastián se acercaron a su compañero mientras él estaba dibujando para decirle, en lenguaje de signos: “Hola, buenos días. Nos encanta que estés en esta escuela. Queremos ser tus amigos”. Miguel se quedó muy sorprendido y contento.

¿Y tú qué piensas...? •¿Conoces a alguna persona sorda o con algún tipo de discapacidad auditiva?

¿Por qué crees que la discapacidad de Miguel nunca le ha impedido ser feliz?

•¿Has pensado cómo sería tu vida si no tuvieras el sentido del oído?

•¿Qué opinas de la idea que tuvo Valentina y sus amigos para acercarse a Miguel?

La Futbolista

A Luis le gustan las matemáticas, los juegos de video, las películas de superhéroes y los chilaquiles que prepara su abuelita. Pero lo que prefiere por encima de todo, lo que en realidad le apasiona, es el futbol.

Luis tiene 8 años y es fanático del futbol. Le encanta ver los partidos por la televisión junto con su papá. En ocasiones los acompaña su mamá, pero ella pronto se aburre y se va a hacer otra cosa.

El papá de Luis ya le prometió a su hijo que, cuando sea un poco mayor, lo llevará al estadio para disfrutar de un partido.

Pero a Luis no solamente le gusta ver este deporte, sino también practicarlo. En su escuela hay una cancha. El pasto no está bien cuidado y durante la temporada de lluvias se llena de lodo, pero eso no le importa. En cuanto suena la campana que anuncia el comienzo del recreo, él y sus amigos salen corriendo para disputar un partido. Un día, Luis se enteró de que otras primarias tenían sus propios equipos y jugaban torneos entre ellos.

Junto con sus amigos fue a ver al maestro de Deportes para decirle que quería formar un equipo e inscribirse al torneo de futbol escolar. Al profesor le pareció buena idea y entre todos buscaron un nombre para el nuevo equipo y diseñaron el uniforme: se llamarían Panteras y vestirían de negro. Se invitó a todos los alumnos a formar parte de él. Las prácticas comenzaron a realizarse los sábados por la mañana en la escuela.

En cuanto supo que la primaria tenía su propio equipo de futbol, una niña de tercero llamada Macarena se presentó al entrenamiento. “Quiero inscribirme”, dijo. “Tú no puedes entrar”, respondió Luis amablemente. Ella quiso saber la razón y Luis le explicó que no se admitían niñas. Agregó que en ninguna liga profesional hay equipos mixtos. “Los hombres juegan por su cuenta y las mujeres también. Si quieres puedes formar un equipo femenil”, le propuso.

Macarena protestó, dijo que eso no era justo. Sin embargo, como nadie le hizo caso, el lunes siguiente habló con el maestro de Deportes. Él le dijo más o menos lo mismo que le había dicho Luis, pero ella no se quedó conforme. Insistió en que no era justo y luego buscó en Internet el reglamento de la Liga Infantil de Futbol. Al día siguiente fue con el maestro, quien en ese momento se encontraba conversando con Luis.

“Ya revisé el reglamento y en ningún lugar dice que las niñas no podamos jugar”, dijo. “Así que no pueden dejarme fuera. Sería una injusticia.

”Después de pensarlo un poco, Luis le dijo en secreto al profesor que la dejara jugar. Pensaba que cuando ella se diera cuenta de lo mala que era para el futbol, abandonaría el equipo. Pero, para sorpresa de todos, Macarena resultó una excelente jugadora. Dominaba el balón como nadie y era una gran rematadora. Al verla, todos coincidieron en que merecía estar con las Panteras.

A Luis siguen gustándole las matemáticas, los juegos de video, las películas de superhéroes, los chilaquiles que prepara su abuelita y el futbol. Sin embargo, ahora también le gusta Macarena.

¿Y tú qué piensas...? •¿Crees que es justo que no dejaran a Macarena entrar al equipo?

•¿En tu escuela existen equipos deportivos mixtos?

•¿Sabes qué significa el término “igualdad de género”?

•¿Cómo se ejemplifica el valor de la justicia en este cuento?

Un recuerdo de mamá Mercedes

Un recuerdo de mamá Mercedes.

Santiago va en primero de primaria y Jimena en segundo. Sin embargo, esto no les ha impedido volverse buenos amigos. Su amistad comenzó el primer día de clases, cuando Santiago estaba en el patio un poco asustado por encontrarse en un lugar nuevo y Jimena se acercó para platicar con él. Desde entonces es común verlos juntos, no solamente en la escuela, sino también en la casa de los abuelitos de Santiago, donde Jimena siempre es bien recibida.

Cierta tarde, los dos niños estaban en la cocina de la abuelita de Santiago, a quien todos llaman mamá Mercedes, disfrutando de una rica taza de chocolate. Platicaban de la escuela, de sus maestros y del uniforme, cuya combinación de colores (azul, rojo y amarillo) les parecía horrible.Mamá Mercedes los escuchaba en silencio, pero cuando oyó que mencionaban la palabra “uniforme” intervino en la conversación:—Fíjense que cuando yo tenía su edad me sucedió algo que tiene que ver con la escuela. ¿Quieren que se los cuente?—¡Claro que sí, abuelita! —dijo Santiago.

—¡Sí, cuente, cuente! —pidió Jimena, a quien le encantaban las historias de mamá Mercedes.

—Resulta que, cuando yo era niña, vivía con mi hermano Mauricio y mis papás en un pueblito del norte del país y éramos muy, pero muy pobres. Éramos tan pobres que a veces sólo comíamos frijoles. Pues ahí tienen que cuando mis papás nos mandaron por primera vez a la escuela, el maestro no nos dejó entrar al salón. ¿Saben por qué? Porque íbamos sin uniforme y sin zapatos.

—¿Por qué no tenían uniforme ni zapatos? —preguntó Santiago. —En casa no había dinero para comprarlos —respondió mamá Mercedes con tristeza.A Santiago y a Jimena les pareció injusta la actitud de aquel profesor. —¿Y qué hicieron, abuelita —preguntó Santiago.

—En lugar de regresarnos a la casa, nos quedamos afuera del salón y escuchamos la clase a través de la ventana. Lo mismo hicimos al día siguiente y al siguiente...

—¿Y qué dijeron tus papás cuando lo supieron? —quiso saber Jimena. —A ellos no les contamos nada, pues nos daba vergüenza. Pero los que sí se enteraron fueron los padres de otros niños. Fueron con mis papás a avisarles lo que sucedía. También les explicaron que habían reunido dinero entre todos para que nos pudieran comprar el uniforme y unos zapatos.

—Qué buenas personas —consideró Santiago. —Pero ni se imaginan lo que pasó —dijo mamá Mercedes. —Mi papá les agradeció el dinero, pero no lo aceptó. Dijo que el problema no era la falta de uniforme ni de zapatos (ya vería él cómo conseguirlos), sino que ningún maestro puede negarle la entrada a la escuela a los alumnos. Los padres estuvieron de acuerdo y todos fueron a la escuela a reclamarle al maestro.

—¿Y qué sucedió? —preguntaron al unísono Santiago y Jimena. —Pues que el profesor reconoció su error; aceptó que todas las personas somos iguales ante la ley y no se puede dejar a nadie sin educación. Fue así como, finalmente, mi hermano y yo pudimos entrar al salón con los demás estudiantes —dijo mamá Mercedes. Luego agregó—: Y ahora, ¿qué les parece si nos tomamos otra tacita de chocolate?

¿Y tú qué piensas...? • ¿Por qué la actitud del profesor es un acto de discriminación? • ¿Alguna vez has sido testigo o víctima de discriminación? • ¿Qué opinas de la respuesta del padre de Mercedes cuando le ofrecen dinero los demás papás? • ¿Qué hubieras hecho tú?

La escritora

Era sábado. María Fernanda estaba en su casa leyendo una novela sobre una joven que deja la ciudad y se va a vivir al campo con su familia. Allí la inscriben en una nueva escuela donde conoce a varios muchachos que le cuentan las antiguas leyendas del lugar y algunas historias de fantasmas. Juntos se adentran en el bosque en busca de fantasmas.

A María Fernanda le fascinan las novelas de aventuras. Piensa que, un día, ella también podría escribir historias así. Ser escritora es su máximo sueño. Hasta hoy, solamente ha escrito una obra de teatro. Se titula La búsqueda del tesoro perdido. Se la mostró a su maestra y a ella le gustó tanto que le sugirió representarla junto con algunos de sus compañeros en el salón. “Puedes ser la directora de la obra”, le propuso la maestra y agregó: “Y si les sale bien, tú y todos los que participen tendrán 10 en Español”. María Fernanda brincó de alegría al escuchar la propuesta.

Aquella tarde, mientras leía la novela en casa, recordó que debía llamar a Marcos, quien era uno de los actores de su obra. Dejó el libro a un lado y tomó su celular para marcarle. María Fernanda estaba preocupada porque Marcos era el único que no se había aprendido el papel. Durante los ensayos, mientras los demás practicaban, él miraba distraído por la ventana y no parecía concentrado. Cuando María Fernanda lograba convencerlo de que ensayara, Marcos sacaba de mala gana las fotocopias que ella le había dado y donde estaban escritos los diálogos de la pieza y leía su parte. “Tienes que aprenderte de memoria el papel. El día que representemos la obra no puedes leer los parlamentos”, le advirtió María Fernanda a su compañero. Él respondió que no se preocupara, que se los aprendería, pero ella no quedó muy convencida, por eso decidió llamarle. El estreno de la obra estaba previsto para el lunes siguiente.

Marcos había puesto su celular en buzón, así que María Fernanda le mandó un mensaje de texto y, al ver que no contestaba, le envió un WhatsApp. Su compañero siguió sin dar señales de vida. “Es un irresponsable”, pensó ella con enojo.

Decidió llamarle al teléfono de su casa. Respondió una de sus tías. Le dijo que Marcos había ido al hospital a visitar a su mamá, quien tenía varios días enferma. “¿Es algo grave?”, preguntó María Fernanda. La tía dudó un momento antes de responder: “Un poco, pero cada día está mejor”. María Fernanda supo entonces por qué su compañero había estado tan distraído: le preocupaba la salud de su mamá.

El lunes, María Fernanda le contó a Marcos que había hablado con su tía y que ella le explicó que su mamá estaba enferma. “Espero que pronto se recupere”, le dijo con sinceridad y agregó: “Y no te preocupes por la obra, le podemos decir a la maestra que nos deje representarla la semana próxima”. Marcos respondió que no era necesario, que el fin de semana, mientras acompañaba a su mamá en el hospital, se había aprendido el papel. María Fernanda se sintió sorprendida y feliz con la noticia... aunque también un poco mal por haber creído que su compañero era un irresponsable.

¿Y tú qué piensas...? •¿Crees que tuvo razón María Fernanda al dudar de Marcos? •¿Crees que hizo bien Marcos en no avisarle a María Fernanda que estaría fuera de casa, pero que no se preocupara por la obra de teatro? • ¿Cómo reaccionarías si estuvieras en el lugar de María Fernanda? • ¿Crees que es bueno confiar en la responsabilidad de los demás?

Una tarde en el parque

En casa de Valentina todos los miembros de la familia tienen responsabilidades que cumplir. Así ha sido siempre. Cuando ella era pequeña debía echar su ropa sucia dentro del bote, mantener ordenada su habitación y poner la mesa. Conforme fue creciendo, sus deberes en casa aumentaron. Hoy tiene 11 años y, entre otras cosas, acompaña a su mamá al supermercado, saca la basura y ayuda a Carmela, su hermana mayor, a hacer la limpieza. Otra de sus responsabilidades consiste en sacar a pasear a Rufo, la mascota de la familia. Rufo es un perro grande y peludo al que todos quieren. Es muy activo y juguetón. Valentina acostumbra llevarlo a un parque cercano. Allí hay una zona especial para perros: es un espacio amplio rodeado de una valla metálica y cubierto con grava roja. En ese sitio la gente puede quitarles la correa a sus mascotas y dejarlas correr libremente.

Cierta tarde, Valentina llegó con Rufo al parque y, como de costumbre, se dirigió a la zona especial para perros. Al llegar se encontró con un letrero que decía: “Por remodelación, esta sección del parque se encuentra temporalmente cerrada. Disculpe las molestias que ello le ocasiona.” A Valentina la noticia la dejó muy molesta. Tampoco Rufo estaba contento, pues disfrutaba mucho corriendo y conviviendo con otros perros en ese lugar. La niña pensó que lo mejor era regresar a casa y volver otro día, cuando la remodelación estuviera concluida. Sin embargo, pensó que no era justo para su mascota, quien tiraba de la correa indicando que deseaba ponerse a jugar

Valentina decidió entonces adentrarse en el parque y quitarle la correa a Rufo para que paseara un rato por los alrededores. Ella sabía que tal cosa estaba prohibida por el reglamento del parque. Fuera de la zona especial para perros no estaba permitido que las mascotas estuvieran sin collar y correa. Sin embargo, a esa hora aquel jardín estaba casi desierto, así que ella pensó que nadie lo notaría. Con mucho cuidado le quitó la correa a Rufo, quien al sentirse liberado corrió alegremente alrededor de Valentina.

Luego se dirigió hacia un seto de flores y saltó dentro. Su ama le gritó que saliera de allí, que estaba maltratando los alcatraces, pero él no hizo ningún caso. Minutos después fue hasta donde se encontraba un niño pequeño con su mamá y lo saludó de un ladrido. El problema fue que el pequeño pensó que Rufo lo iba a atacar y dio un salto atrás, tirando al suelo la bola de helado que se estaba comiendo. No contento con eso, Rufo pasó como una centella al lado de una pareja de señoras mayores y estuvo a punto de que una de ellas cayera al suelo. De allí fue a meterse a un charco de lodo. Rufo estuvo corriendo por todo el parque, provocando toda clase de estropicios, hasta que se cansó y regresó con Valentina.

Sin embargo, también llegó el vigilante, quien regañó a la niña por haber desobedecido el reglamento. Valentina bajó la mirada y prometió no volver a hacerlo. Estaba muy apenada, pero no era la única. También Rufo lucía avergonzado. Su pelaje se encontraba cubierto de barro, hojas y ramitas. También tenía una flor roja en la cabeza, como si se hubiera puesto un moño.

¿Y tú qué piensas...? • ¿Crees que Valentina hizo bien en quitarle la correa a Rufo? • ¿Consideras correcto que haya reglamentos en los parques y otros lugares públicos? • ¿Cuáles crees que son las responsabilidades de la gente que lleva a su perro de paseo?

Jícamas con limón

A Santiago no le costó trabajo adaptarse a la primaria. Es cierto que el primer día tuvo un poco de miedo, pues no conocía a nadie. Sin embargo, muy pronto logró hacer amigos y ahora está muy contento.

Sólo hay una cosa que no le agrada de su escuela: la cooperativa escolar, conocida como la “Tiendita”. Allí venden muchas cosas ricas. El problema es que, cuando suena la campana, los niños salen de sus salones y corren en estampida a comprar. Se supone que todos deben hacer cola para que los atiendan; sin embargo, ninguno se forma, sino que se amontonan frente al mostrador y se comportan como cavernícolas.

Los encargados de la tiendita son los señores Martínez, unos esposos que siempre lucen desesperados y de mal humor, pues su trabajo no es fácil. Sobre todo porque todos los niños quieren ser atendidos primero y hablan al mismo tiempo.

La primera vez que Santiago quiso comprar algo allí, los niños más grandes casi lo aplastan. La segunda vez se tardaron tanto en atenderlo, que cuando por fin logró que le vendieran algo, la campana anunció que el recreo había terminado. Desde entonces ha dejado de ir a la cooperativa.

Un día, sin embargo, Santiago quería una jícama con limón. En esa ocasión había olvidado en casa la torta que acostumbra prepararle su mamá y se moría de hambre. Tras armarse de valor, se dirigió a la tiendita. No le importaba ser aplastado, ni recibir un codazo, ni tardarse todo el recreo con tal de comerse la jícama.

Cuando llegó hasta la cooperativa no se sorprendió al ver que estaba repleta de niñas y niños. Todos se empujaban entre sí formando una apretada masa de piernas, brazos y cabezas. A Santiago le recordaron los zombis de una película de terror que acababan de pasar por la televisión. Sin pensarlo dos veces se lanzó hacia esa masa humana y, con grandes esfuerzos, se fue acercando al mostrador.

En el trayecto estuvo a punto de caerse a causa de los empujones. Al llegar frente a la señora Martínez le pidió un vaso de jícamas y sacó unas monedas de su bolsillo. Pero, cuando estaba a punto de pagar, una marea de niños y niñas lo arrastró hacia atrás y lo lanzó fuera del montón de gente.

Sebastián había logrado conseguir la ansiada jícama y aún faltaba mucho tiempo para que terminara el recreo, así que podría devorarla sin prisa. Sin embargo, en la confusión no pudo darle el dinero a la señora Martínez. Esto no le importó. Simplemente se guardó las monedas y comenzó a comerse las jícamas.

De regresó en el salón, la maestra Amelia le habló al grupo de la honestidad. Dijo que este valor es muy importante y que actuar de manera honesta nos trae, a la larga, más ventajas aunque al principio no lo parezca. “Las personas honestas se respetan a sí mismas y, por lo tanto, se sienten mejor pues están en paz con su conciencia”, dijo la profesora. Esto hizo que Santiago reflexionara en lo que acababa de suceder. Entonces le pidió permiso a su maestra de salir un momento y fue hasta la tiendita para pagar las jícamas. En cuanto lo hizo se dio cuenta de que la maestra tenía razón: se sentía mejor.

¿Y tú qué piensas...? •¿Crees que Santiago hizo bien al regresar a la tiendita a pagar? •¿Qué harías tú si estuvieras en su lugar?•¿Cómo sería el mundo si toda la gente fuera honesta? •¿Estás de acuerdo con la idea de que las personas honestas están en paz con su conciencia?

La guitarra del adiós

Santiago recuerda bien aquella noche: él y su hermana María Fernanda acababan de cenar y estaban a punto de ponerse la pijama y lavarse los dientes cuando sus padres los llamaron a la sala. Su papá y su mamá se encontraban muy serios, lo cual era bastante raro, pues ambos eran personas alegres, sobre todo su padre, quien era muy bueno para la cantada. Le gustaba interpretar corridos y boleros acompañado de su guitarra, la cual compró hace años en Paracho, Michoacán, y cuidaba con mucho esmero.

—Siéntense, por favor. Queremos darles una noticia —anunció él—. Más bien son dos noticias: una buena y otra mala.Santiago y María Fernanda se acomodaron en el sofá llenos de curiosidad. Su papá lucía nervioso, como si no supiera cómo continuar. Un par de veces intentó decir algo, pero las palabras parecían atoradas en la garganta. Entonces fue su mamá quien habló:

—Como saben, hace seis meses tuvimos que cerrar nuestra tienda de ropa. El negocio ya no daba dinero y, cuando eso ocurre, es mejor dedicarse a otra cosa. Por eso, desde hace un mes trabajo como recepcionista en el consultorio de un doctor. Lo que sucede es que allí no gano lo suficiente y su padre no ha podido encontrar empleo.Su papá pareció recuperar el habla e intervino:

—La buena noticia es que ya conseguí un trabajo —explicó tratando de sonar alegre.

—¿Y cuál es la mala? —preguntó Santiago, desconfiado.La mala noticia era que su papá tendría que irse a trabajar durante varios meses a Estados Unidos. Le habían ofrecido un empleo temporal y en ese momento estaba tramitando los documentos para poder viajar. Al oír esto, Santiago sintió como si alguien le hubiera vaciado una cubeta con agua helada en la espalda. No lo podía creer. Los ojos se le llenaron de lágrimas y lo mismo le ocurrió a su hermana.

—¿Eso quiere decir que no estaremos juntos? —preguntó María Fernanda con la voz quebrada.

—Será algo temporal, hijita —respondió su papá—. Yo los quiero mucho; no me voy por gusto, sino por necesidad.

Los días previos a la partida fueron muy tristes para los hermanos. Ninguno quería que su padre se fuera a trabajar tan lejos, pero no tenían manera de evitarlo. Él les aseguró que llamaría por teléfono con frecuencia, que siempre estaría en contacto, pero eso no lograba aliviar su pesadumbre. Un día antes de salir rumbo a Estados Unidos, el papá de Santiago lo llamó. Le dijo que quería pedirle dos favores:

—Uno de los favores es que cuides muy bien a tu mamá y a tu hermana mientras estoy fuera.—

Pero ¿cómo las voy a cuidar? Sólo tengo seis años —replicó Santiago.

—No importa tu edad —respondió su padre—. La manera en la que puedes cuidarlas es evitando que se pongan tristes. Y para que no se pongan tristes, lo mejor es que tú no lo estés. Debes tener fortaleza y tratar de estar contento. ¿Comprendes?

Él no estaba seguro de poder lograrlo, pero prometió hacer el esfuerzo. Luego le preguntó cuál era el otro favor.—Que cuides muy bien mi guitarra. Si lo haces, te enseñaré a tocarla cuando regrese para que cantemos juntos.Santiago dijo que lo haría y ambos se dieron un gran abrazo.

¿Y tú qué piensas...?

•¿Cuál hubiera sido tu reacción si supieras que tu papá o tu mamá se irían a trabajar a otro país?

•¿Qué opinas del primer favor que le pidió a Santiago su papá?

•¿Crees que Santiago tiene fortaleza? Si es así, ¿en qué lo notas?

Día de lluvia

Aquel día comenzó a llover desde muy temprano. No era una tormenta, sino más bien una de esas lloviznas suaves que casi no mojan, pero que suelen estar acompañadas de ráfagas de viento frío. Por culpa de esa lluvia nadie pudo salir al recreo. Algunos niños se quedaron en los pasillos, mirando a través de los ventanales los charcos que se formaban en el patio y lamentando no poder bajar a jugar.

Otros permanecieron en sus respectivos salones comiéndose allí el sándwich o la torta que habían traído como almuerzo.Jimena, Luis, Miguel y Valentina se encontraban sentados en una de las escaleras platicando muy animados. Después de un rato se les unieron Santiago y su hermana María Fernanda. Todos participaban en la conversación, incluso los más pequeños. Hablaban de sus series de televisión favoritas, de las materias que más les gustaban y de las próximas vacaciones.

Luis comentó que sus papás habían prometido llevarlo a conocer el mar, lo cual hacía que se sintiera muy emocionado. Entonces llegó un niño llamado Eladio y preguntó si podía sentarse a platicar. Ellos le dijeron que sí y María Fernanda se hizo a un lado para que pudiera sentarse en la escalera.

—¿De qué estaban hablando? —preguntó el recién llegado. Luis repitió lo que les había contado a los demás: que sus papás lo llevarían al mar por primera vez.

—¿No me digas que no lo conocías? —dijo Eladio, sorprendido—. ¡No lo puedo creer! Yo he ido muchísimas veces.

Cada año mis papás me llevan a una playa diferente y nos quedamos muchos días. Siempre nos hospedamos en los mejores hoteles. Todos tienen alberca, gimnasio y restoranes donde se come riquísimo. También hay un área de juegos para los niños. Fíjense que la última vez dimos un paseo en barco y llegamos hasta una isla. ¡Estuvo padrísimo!

Todos escuchaban a Eladio, quien les contó que, en una ocasión, había visto un delfín y que la última vez había buceado con su papá. También les habló de los caracoles y conchas que había recogido en la playa y de las clases de esquí acuático que tomaría la próxima vez que fuera con su familia a la playa.Eladio no paraba de hablar.

De las vacaciones pasó al tema de los juegos de video que tenía en su casa y de allí a sus grupos musicales favoritos. Luego contó, con todo detalle, la película de terror que había visto el día anterior. Cuando alguno de los chicos intentaba decir algo, Eladio lo interrumpía y seguía con su discurso. Poco a poco los chicos se fueron aburriendo. Valentina se despidió diciendo que tenía que regresar a su salón. Eladio no le hizo caso. Unos minutos después, también Jimena, Luis, Santiago y Miguel se despidieron educadamente. El último en partir fue el pequeño Santiago, pero Eladio estaba tan entretenido con el sonido de su propia voz que no se dio cuenta. Se quedó hablando solo en la escalera mientras los niños y las niñas que pasaban a su lado lo miraban con curiosidad, preguntándose qué le ocurría a ese chico.

¿Y tú qué piensas...?

•¿Hay entre tus compañeros alguien parecido a Eladio?

•¿Consideras correcto ser el único que habla cuando estás con amigos?

•¿Crees que sus compañeros hicieron bien dejando solo a Eladio?

•¿Por qué crees que es importante que todos participen en una conversación?

El secreto de María Fernanda

María Fernanda tiene un secreto. Es algo muy personal que no tiene el valor de compartir con nadie. A veces ha querido contárselo a su mamá o a su abuelita, pero no se atreve. También ha pensado decírselo a su papá cuando se comunique por teléfono desde Estados Unidos, donde está trabajando desde hace seis meses.

El problema es que cada vez que su papá llama a casa el resto de la familia siempre está presente y no puede conversar con él en privado. Ni siquiera se ha atrevido a revelarle el secreto a Valentina, quien es su mejor amiga.Pero, ¿qué es lo que oculta María Fernanda? ¿Por qué no puede decírselo a nadie? El secreto es, sencillamente, que le teme a la oscuridad. En efecto, desde que era pequeña le aterroriza quedarse a oscuras.

Cuando llega la hora de ir a dormir, le pide a su mamá que deje la lamparita del buró encendida. Según ella, es para que no le dé miedo a Santiago, su hermano menor, quien duerme en la cama de junto. La verdad es que es a ella a quien le da miedo la falta de luz. Esta situación hace que se sienta triste y preocupada, pues ya tiene 9 años y considera que una persona de su edad no puede temerle a algo así. “¿Qué puedo hacer para resolver este problema?”, se dice con frecuencia.Un día, María Fernanda se armó de valor.

Estaba decidida a superar su miedo de una vez por todas. Para ello se le ocurrió llamar a su papá sin que nadie lo supiera. Primero pensó enviarle un correo electrónico a Estados Unidos, pero luego descubrió que podía hacer una llamada de Skype usando la computadora de su tío. Cuando al fin pudo comunicarse, a su papá le dio mucho gusto recibir la llamada y escuchó atentamente lo que su hija tenía que decirle.

—Ya sé que esto es una bobada, papá, pero no sé qué hacer —se lamentó María Fernanda cuando concluyó su explicación.

—No es ninguna bobada, hijita —la tranquilizó su padre—. Todos le tenemos miedo a algo. Cuando yo tenía tu edad, me asustaban los truenos y las tormentas. Y hace unos meses, cuando llegué a trabajar a Estados Unidos, le temía a muchas cosas, pues era un país desconocido para mí.

El papá de María Fernanda dijo que, para dejar de tenerle miedo a la oscuridad, lo mejor es hacerse amiga de ella y le dio varios consejos. Ahora, cada vez que se va a acostar los pone en práctica. Uno de estos consejos es organizar pequeños juegos para su hermano Santiago. Por ejemplo, juntos se ponen a hacer sombras chinescas: sobre una de las paredes de la recámara y con la ayuda de una lámpara, forman figuras de animales con sus manos. Otro juego consiste en meter varios objetos dentro de un saco y luego apagar la luz de la recámara para tratar de identificarlos con el tacto. Los dos se la pasan muy bien y María Fernanda se siente más tranquila, aunque haya poca luz en la recámara.

Pero el mejor juego de todos es el de contar cuentos. En la oscuridad de la habitación, ella inventa historias para Santiago. Son relatos de aventuras y fantasía que narra a media voz y que terminan cuando ambos hermanos se quedan dormidos sin darse cuenta.

¿Y tú qué piensas...? •¿Por qué María Fernanda no quería revelarle a nadie su miedo a la oscuridad? •¿Consideras que fue valiente al enfrentar su temor? •¿Hay algo que te dé miedo a ti? •¿Cómo enfrentas tus temores?